Por Francisco Camino
Desde Arquitasa
“Observando algo de luz al final del túnel y comenzando a salir, poco a poco, de la gran resaca producida por la llamada “burbuja inmobiliaria”, dejando atrás las consecuencias de sus múltiples daños colaterales. Se va alejando una época donde todo se resolvía construyendo, construyendo mucho, fuera necesario o no, donde construir era un fin en sí mismo.
Ni las diferentes Administraciones Públicas, ni la mayoría de “los agentes intervinientes” han realizado todavía un auténtico “acto de contrición” con su correspondiente “propósito de la enmienda”, mostrando incluso alguna intención de “volver a las andadas”. Sin embargo ha ido apareciendo una nueva tendencia entre diversos sectores profesionales, vinculados, de una manera u otra, al sector inmobiliario, que abogan por “no construir” o construir muy poco. Incluso, un sector más radical propone el desmantelamiento de parte de lo construido, con la reparación del daño causado.
La “no construcción” no debería implicar “no resolver” los graves problemas urbanos existentes ni paralizar la actividad económica, tal vez exija todo lo contrario. Es decir, gestionar inteligentemente los recursos y actuar sobre “lo existente”, sin consumir más territorio ni ampliar hasta el infinito nuestros entornos urbanos. Es probable que sea necesario un cierto decrecimiento creativo.
Durante muchos años cualquier iniciativa que se emprendiera llevaba aparejada una acción constructora. Aunque existieran miles de viviendas vacías, se construían muchas más, en lugar de canalizar la necesidad de accesibilidad a su utilización hacia el excedente existente. Sería impensable, en cualquier otro sector económico, que cuando se tuviera un elevado excedente de un determinado producto, o un stock acumulado, se iniciara una sobreproducción añadida del referido producto (…)”
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Comparto esta reflexión y creo que somos los arquitectos los que debemos cambiar la visión que en los últimos tiempos han preponderado, cada día debemos convencer a compañeros en la necesidad de hacer una autocrítica a nuestra actuación desde la visión más hermosa de la arquitectura que es la de su función social, lo que hagamos no debe servir a unos pocos, debe estar al servicio del bien común. Desde mi primera formación arquitectónica con D. Antonio Fernández Alba he procurado seguir aquello que me enseño «pero no se da usted cuenta» y aprendía a preguntarme ¿de que me tengo que dar cuenta? cuando me enfrento a un trabajo y esto me permite ir más allá del objetivo aparente y la otra cosa fue «sean ustedes discretos» y siempre he pensado que en muchas actuaciones lo mejor es que apenas se note al arquitecto.