«Es curioso cómo dos palabras que parecen ir en una misma dirección, la de preservar lo existente, pueden llegar a chocar hasta hacerse casi excluyentes». Así comienza Almudena López de Rego, arquitecta redactora de CTE arquitectura, este artículo en el que diserta sobre la revitalización de los edificios del patrimonio moderno español.

Contamos con miles de ejemplos de cómo un cadáver inmobiliario puede resucitar con un nuevo uso, gracias a una regeneración urbana o simplemente mediante un “saneamiento” de estructura, instalaciones y acabados. La cosa se complica cuando hablamos de una construcción singular: ciertos elementos merecidamente protegidos son difíciles de restaurar sin alterar su imagen o valor.

Esucelas Pías. Linazasoro. Imagen de farm3

Escuelas pías de San Fernando. José ignacio Linazasoro

Hasta ahora hemos hecho rehabilitaciones exquisitas. Es cierto que muchas veces han supuesto un desembolso de dinero de los que sólo la Administración puede abordar, pero nos han permitido seguir disfrutando de distintas maneras de edificios que bien por su estética, significado, historia o presencia forman parte de nuestra identidad como barrio o ciudad.

El problema es que está llegando el momento de abordar una nueva remesa de edificios que nos pillan totalmente desprovistos de ideas. Ahora alcanzan la “crisis de los 50” una serie de construcciones muy valiosas que han marcado la educación de casi todos los arquitectos actuales y que hay que conservar.

Hipódromo. Torroja

Hipódromo de la Zarzuela. Eduardo Torroja

Sin embargo, son nuevas formas, nuevos sistemas constructivos, nuevos materiales y ante todo, nuevas dimensiones.

La arquitectura  española de mediados-tres cuartos del siglo pasado fue una corriente espectacular, y lo que los técnicos fueron capaces de imaginar, calcular y levantar con los recién nacidos hormigón, acero y vidrio merece durar para siempre. No obstante, esa idea de probar que era posible hacer edificios “ligeros”, con finas láminas de hormigón y de cristal que “cierran” espacios en todos estos iconos arquitectónicos, dificultan en gran medida la rehabilitación tal y como la conocemos.

Es muy difícil mantener el aura de peso-pluma cuando casi todo lo que hay que hacer es añadir y no sustituir. El diseño era tan absolutamente intencionado y cuidado que muchos encuentros parecen imposibles de resolver de una manera distinta a la que tienen. Esos finísimos vidrios encastrados casi directamente en la estructura, son difícilmente sustituibles sin modificar el recibimiento y descompensar la composición arquitectónica.

Por otra parte, ponerlos al día con el Código Técnico significaría básicamente cubrir la mitad de la arquitectura que hay en ellos.

Aunque parezca obvio que estos edificios estarán o podrían estar exentos de ciertas partes de la legislación por su singularidad, el problema está en: quién quiere vivir en una casa que es un congelador en invierno y una cazuela en verano. O trabajar en una oficina en Castellana donde se oye el tráfico. O colaborar en una parroquia donde corre el  viento.

¿Dónde se supone que hemos de meter los pilares de acero cuando haga falta reforzar una estructura sin romper todo el valor del espacio? Hasta ahora los muros de fábrica de 60 centímetros nos venían fenomenal. ¿Qué vamos a hacer con Fisac? ¿Aislar y rellenar las vigas – hueso? ¿Tapar los acabados de Nuestra Señora Flor del Carmelo?

Torre Castelar. Rafael de la Hoz. Imagen de fontdarquitectura

Torre Castelar. Fernandez de la Hoz

Es, entonces, precisamente la innovación tecnológica de los edificios la que está ahora amenazando con dejarlos obsoletos.

Estas construcciones tienen su valor desnudas, como fueron diseñadas, para explotar y mostrar todas las posibilidades de los nuevos materiales. Pero las necesidades actuales nos obligan a meter gran cantidad de instalaciones que rompen esta pureza y sinceridad constructiva. También demandamos unos estándares de confort que, a posteriori, son entre difíciles e imposibles de incorporar en estas estructuras, dado el sistema constructivo.

La generación actual de arquitectos encuentra aquí otro reto, el de conservar sin desvirtuar. Hará falta hacer uso de la mejor de sus cualidades para dar solución al dilema: la resolución de problemas.

 

Almudena López de Rego, Arquitecta colaboradora de KÖMMERLING

 

 

 

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