Durante las primeras semanas de diciembre ha tenido lugar en Madrid bajo el lema “Es tiempo de actuar” la COP25, la Conferencia de las Partes en la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático. Se trataba de una trascendental reunión internacional convocando a líderes políticos y científicos de todo el mundo. El objetivo, adoptar las decisiones necesarias para cumplir con los compromisos de reducción de emisiones a partir del año 2020. La Asociación Sostenibilidad y Arquitectura (ASA) fue acreditada como ONG observadora. Sirvan estas líneas como reflexión personal sobre mi experiencia en la COP25 ((Para los interesados en una crónica diaria de la COP25, recomendamos el resumen exhaustivo escrito por Carlos Martí para la revista Circle aquí.)) 

La cumbre contaba con tres espacios principales, Azul, Verde y Castellana. El primero de ellos integraba las sesiones plenarias y los stands nacionales de países y/o de organizaciones internacionales; el segundo se reservaba a asociaciones civiles y empresariales; y el tercero lo integraban una serie de eventos laterales autorizados, como las jornadas desarrolladas por el CSCAE y el COAM “Arquitectura ante al cambio climático. Tiempo de actuar”, que contaron con la colaboración de ASA ((El 4 de diciembre pude intervenir junto a César Ruiz-Larrea, Salvador Rueda y José María Ezquiaga en la sesión “Ciudad y territorio sostenible ante el cambio climático”. Después se produjo la firma simbólica de la Declaración de Emergencia Climática por parte de los arquitectos, declaración impulsada desde el CSCAE a través del presidente Lluís Comerón.)). La ciudad de Madrid se ha volcado en favor de una nueva cultura ambiental, cientos, incluso miles de eventos y discusiones se celebraban en paralelo sobre un mismo tema, incluyendo claro está la llamada cumbre social y otros encuentros de carácter alternativo. Conviene subrayar lo extraordinario del hecho en sí mismo, al margen de los pobres resultados “oficiales”.

La experiencia en el interior de la COP resulta inabarcable. Solo en la zona azul, más de una veintena de conferencias suceden en paralelo cada noventa minutos, por no hablar de la ingente cantidad de información accesible en los cientos de stands y puntos de información habilitados. Recuerdo una interesante conversación sobre el proyecto Kigali Green City en Ruanda, y las aspiraciones de este pequeño país por avanzar en un modelo de desarrollo inspirador para el resto del continente africano; o la conferencia “Community Resilience Partnership Program: Scaling up Investments in Local Adaptation“, organizada por el Banco Asiático de Desarrollo y donde una representante del Gobierno de Camboya, ante la dramática situación de su país por la emergencia climática, exhortaba: “Somos personas. No se olviden de nosotros”. Sentimos una cierta sensación de impotencia ante el número y la magnitud de realidades complejas que íbamos conociendo a través de sus protagonistas, pero, sobre todo, por todas las que dejábamos de conocer.

La difusión en medios de comunicación y redes sociales fue igualmente sofocante, al fin y al cabo, tan importante era estar como el hecho de contar que se había estado. El aparato de comunicación alrededor de la COP ha sido colosal, los escenarios dispuestos para el photocall han cumplido su función y todos los asistentes, yo incluido por supuesto, dejamos constancia de nuestra actividad en la COP: para Andy Warhol, el postureo hubiera sido lo mejor. Fotos, vídeos, declaraciones, conexiones en directo…la excitación en la red contrastaba con la opacidad de las sesiones plenarias, reservadas a las delegaciones de los países miembros y celebradas a puerta cerrada. Detrás de lo superficial de una parte de la COP convertida en espectáculo pop, y más allá de las oscuras sesiones plenarias, han ocurrido hechos extraordinarios en foros de menor atracción, pero de una aplastante verdad en términos de emergencia climática, que es de lo que aquí precisamente se trataba.

Tal vez haya llegado el momento de revisar la conformación y marco metodológico de estas cumbres rutilantes: superar el modelo observatorio y proponer en su lugar un accionario. La escala planetaria hace muy difícil el acuerdo entre países con realidades, amenazas y potenciales muy distintos. Parece lógico establecer una coordinación regional o a lo sumo continental como instrumento de mayor operatividad. De hecho, en plena COP, la Unión Europea aprobaba el miércoles 11 de diciembre el llamado European Green Deal, “un paquete de medidas encaminado a convertir Europa en el primer continente neutro en carbono para 2050” ((El documento presentado como Pacto Verde Europeo presenta siete ámbitos de actuación: energía limpia; una industria sostenible; construir y renovar; movilidad sostenible; biodiversidad; cadena alimentaria sostenible; eliminar la contaminación. Destacar el interés por la escalabilidad de todas las propuestas: la cuantificación es la base de los ámbitos de actuación.)). Las buenas noticias llegaban desde Bruselas a una COP ralentizada por el peso de su propia genealogía. Si bien el Cambio Climático establece una amenaza global, tal vez se deban revisar los términos de la llamada globalización, entendida como la capacidad del mundo para reaccionar como una sola empresa u organismo. Al menos de momento ((En este sentido, el economista y profesor indio Pankaj Ghemawat, ha desarrollado una serie de indicadores basados en datos reales que demuestran que el mundo probablemente no esté tan globalizado como creemos, al menos de momento.)).

Otra de las cuestiones que debemos revisar afecta a la legitimidad. Como parte del tradicional aparato de comunicación de las COP, personajes célebres se suman a la causa desde discursos dentro y fuera de la cumbre: desde Leonardo di Caprio hasta Alejandro Sanz o Greta Thunberg, heroína de una nueva cruzada global encarnada antes por personajes como Al Gore, entre otros ((El fenómeno Greta es imparable y supone una ruptura importante con los actores tradicionales. Surgido apenas hace un año, escribí sobre la noticia “El clima en la mochila” para el blog de la Fundación Arquia.)). Las redes pronto se lanzaron con cierta virulencia a cuestionar la legitimidad de estos personajes para hablar de cambio climático, llegando en ocasiones a obtenerse el efecto contrario: una suerte de banalización de la emergencia constatada por científicos en boca de personajes populares. Tal vez entonces cabe preguntarse ¿quién está legitimado para defender el mensaje de acción ante la emergencia climática? ¿Acaso nadie tiene la virtud suficiente para poder defender una realidad que nos afecta, paradójicamente, a todos? Precisamente y especialmente en este caso, todos los seres humanos estamos convocados a la defensa unitaria de nuestro planeta común. Sin duda, todos debemos aceptar las contradicciones de nuestro modo de vida como único modo de avanzar. No se trata aquí de moralizar ni de evangelizar a nadie, no se trata de identificar la virtud en unos pocos. Se trata más bien de reconocer un hecho científico probado global y localmente, aunque el reconocimiento se deba proponer desde una posición personal o colectiva -humana- y por lo tanto contradictoria al menos en parte al fin último que se persigue.

Por último, y ante la desilusión colectiva por la falta de ambición y compromisos reales surgidos de esta COP25, debemos poner en valor los avances conseguidos hasta la fecha. Negociar el acuerdo de unos doscientos países es tarea bien complicada, tarea que, por supuesto no se consigue en dos semanas, ni en Madrid ni en ningún sitio. En mi opinión, debemos poner en perspectiva el trabajo realizado hasta la fecha, y para ello suelo poner como ejemplo el Protocolo de Kioto. Adoptado en Japón en 1997 ((La primera cumbre de la Tierra se remonta a 1972. Para más información, ver Ecología y Poder. El discurso medioambiental como mercancía. Beatriz Santamarina Campos, Madrid, Catarata, 2006. En el caso de aplicación al sector de la construcción, ver Arquitectura y Cambio Climático. Miguel Ángel Díaz Camacho. Madrid, Fundación Arquia y Catarata, 2018.)), en el caso de España ((En 1997 los españoles nos comprometimos a través de la ratificación del Protocolo de Kioto a no aumentar nuestras emisiones de gases de efecto invernadero en el periodo 2008–2012 más allá de un 15 % con respecto a las emisiones de 1990.)) se aprobó su ratificación en 2002, aunque no fue hasta 2006 -casi diez años después- que el contenido del Protocolo de Kioto se trasladó a leyes tan importantes como la LOE (Ley Orgánica de Educación), introduciendo el cambio climático en el área de “Ciencias para el Mundo Contemporáneo”. Los niños que en 2006 tuvieran cinco o seis años llegarán ahora a la universidad, jóvenes que asumen como propio, no es casualidad, el mensaje de Thunberg: la primera generación que, en alguna medida, ha contado con una formación ambiental abordada desde la ciencia en términos globales o planetarios. Los acuerdos de la COP21, París 2015, entrarán en vigor en 2020 y sus resultados deberían ser mensurables en el objetivo 2030. Mucho más ambiciosa se presenta la hoja de ruta 2050. Conviene poner las cosas en perspectiva (hacia atrás y hacia delante) sin perder por ello un ápice de energía en las demandas de acción y compromiso urgente a nuestros gobiernos. Estamos legitimados.  

Miguel Ángel Díaz Camacho, 16 de diciembre 2019, Madrid

NOTAS ARTÍCULO

FOTO: (MADC): Miembros del Consejo de Sabios de la Nación Indígena Wampis a su llegada a la COP25.  

La población indígena Wampis ha vivido, durante miles de años, aislada en la selva de Perú, a más de 1500 kilómetros (932 millas) de la capital de Perú, Lima. Más de 15.000 indígenas Wampis han vivido dispersos en un área de 1,3 millones de hectáreas y solo pueden contactar con el mundo exterior a través de sus principales canales de agua – el río Santiago y Morona, Kanus y Kankin, en su lengua ancestral (www.iwgia.org)

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